“Crisis significa oportunidad en chino”. Supongo que fue allá por el 2008 cuando empezamos a escuchar la manoseada y mal traducida frase, ininteligible al principio, dudosamente consoladora después. La burbuja inmobiliaria había producido una hecatombe de la que a día de hoy aún no nos hemos recuperado, y cuya cicatriz permanecerá en la piel o el alma de muchos de los que, consecuentemente, perdimos el trabajo y un poco el norte del largo plazo. Se añadieron a la frase otros neologismos que no conocíamos o no sospechábamos de su peso en los tiempos de desazón: “ni-ni”, “mileurista”, “escrache”, “prima de riesgo”, “contrato basura”, “desahucios hipotecarios”, o jocosas y rotundas expresiones nacidas del 15-M (ya en 2012) como “me sobra mes a final del sueldo”, “tengo una carrera y como mortadela”, “no hay pan para tanto chorizo” o “no es una crisis, es una estafa”, coreadas por licenciados, funcionarios, desempleados, deshauciados, pensionistas y ahorradores timados por las instituciones bancarias, ya que los malos tiempos llegaron a todas las clases sociales y económicas, salvo la política.
De forma simultánea y paralela, al amparo del “emprendimiento” que arriesgaba exiguos capitales familiares y de la angustia del “ahogarse o seguir a flote”, se originaba el movimiento del “buenrrollismo” que, con un idealista y creativo Mr Wonderful a la cabeza, echaba mano de frases positivas, remedios de la abuela y una esperanza rayana en la tontuna como forma de vida. De ahí nacieron los eslóganes que nos recordaban que “para poder seguir a veces hay que empezar de nuevo”, nos acusaban de que “lo único imposible es aquello que no intentas”, nos alientaban con un “si estás esperando el momento perfecto es ahora”, nos machacaban el “hoy empieza todo” y, por encima de todas las cosas, el poderoso mantra “hoy voy a conseguir todo lo que me proponga”, que derivó en los consejos de la nueva religión del coaching y de los libros de autoayuda (dudoso término, opino, puesto que son escritos por quien parece tener la respuesta y no necesitar apoyo). Es realidad incuestionable que “el día de hoy es el único que importa” o que “este instante es el único tiempo que existe”, modestos legados budistas y ayurvédicos de rabiosa actualidad incluso para los que nos criamos con el Pequeño Saltamontes y posteriormente nos dislocamos una rodilla tratando de meditar en la poco anatómica postura del loto, embriagados por el “mindfulness” para ponernos a salvo de la nomofobia y el tecnoestrés. En fin, no pretendo extenderme más sobre este asunto, sino centrarme precisamente en lo dífícil que resulta vivir en ese anhelado “aquí y ahora” cuando se materializa un proyecto gestado durante un laborioso, intenso y a la par fugaz año. Concretar en un libro lo que comenzó como un inocente y entretenido curso de verano tuvo como consecuencias el aprendizaje de todos los vericuetos que encierra la edición de un libro, por muy modesto que sea. Redacciones, revisiones, ilusiones, decisiones, reuniones, mensajes, correcciones, más revisiones, mails, autorizaciones, firmas, formularios, burocracia, aprendizajes. Protocolo y creatividad a partes iguales. Y por fin, una mañana, el cartero apareció con una caja llena de libros. Así de sencillo. Pero la parte más difícil no había hecho más que empezar. Presentar un libro al mundo para mí supuso un parto múltiple, suplió a una pila bautismal, me hizo responsable de un nuevo miembro en sociedad; la criatura había nacido y los demás tenían que conocerla. Y comenzó de nuevo la vorágine, los nervios, las reuniones, los borradores, las agendas conciliadas, los ensayos, la búsqueda, la novedad, la vulnerabilidad. Llegó el momento esperado y rechazado a la vez, el cuerpo y la mente se disociaron, haciendo que el mecanismo de la memoria se debilitase. La vivencia de la ansiedad implícita a las expectativas creadas ante una sala abarrotada de público, el discurso atropellado y al fin sereno, así como el disfrute posterior a una charla compartida con firma de libros incluida; todo ocurrió como en un sueño, dentro y delante de mí sin estar yo presente. ¿Qué quedó del “aquí y ahora” fundamental para el disfrute del momento tan anhelado? Pura teoría. En resumen, que si ahora quiero rebobinar las tres presentaciones de “La narrativa de suspense” tengo que acudir a la evocación congelada, a las fotos y vídeos, a los recuerdos en bocas ajenas, a la mirada del otro. Sufrí con tanta intensidad el “antes”, y sentí tanto alivio con el “después”, que me olvidé de vivir y disfrutar esos momentos únicos… La elevada expectativa, los nervios desatados, el sudor del foco y el miedo al rechazo, supongo que eso es lo que mi mente percibió. (por cierto, en chino mandarín no hay “oportunidad” en toda “crisis”, ni crisis se escribe con “oportunidad”. Crisis es wei-chi: “Momento de peligro”). María Bores Bermejo.
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septiembre 2020
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