Acudí a la consulta del doctor Freeman tal y como me lo recomendó mi amiga Judith, a ella le había ido estupendamente con él. Estaba algo recelosa, tenía ciertos reparos en admitir lo que muchas mujeres decían abiertamente; “que cumplir los cuarenta te cambia y eres otra…” Yo me sentía la misma pero con un pequeño toque de melancolía en mi interior que me hacía retroceder con nostalgia una y otra vez a mis recuerdos.
Caminé por la calle buscando frenéticamente la dirección del tal doctor Freeman, como si ese hombre tuviera la clave para salvarme de mis problemas. En el fondo no me lo creía ni yo. Cuando llegué a su consulta, me hicieron pasar a una sala de espera, había gente, todo mujeres; llegué a pensar que estábamos todas en el mismo barco, pero la presencia de una jovencita super delgada me hizo cambiar de opinión, otras tenían problemas más serios que el mío. Estuve allí sentada más de una hora, un tiempo interminable para alguien como yo, ocupada siempre en un sin fin de cosas que jamás nadie agradecía. La chica delgada había entrado con su madre hacía más de media hora y la siguiente era yo. ¡Por fin me llamaron! ¡Qué gusto levantarme de allí! Cuando entré en el despacho me encontré con un hombre menudo de aspecto insignificante y poco varonil, y pensé: ─¡Pues sí que empezamos bien! No sé si este hombre va a ser capaz de entenderme… Judith no me defraudó, tenía razón. El hombre de aspecto inadvertido desplegó tal cantidad de encantos y sabiduría que me hicieron cambiar de opinión en pocos minutos; me sentí arropada, querida y comprendida, y pude expresar todo aquello que me llevaba haciendo un nudo en la garganta desde hacía unos meses. ─Acabo de cumplir los cuarenta, le dije─ ─Siga por favor. ─Ya sé que esto no es un drama, pero a mí me ha afectado; me reía de quien hablaba de la famosa crisis pero he caído de lleno en ella. ─¿Cómo se siente exactamente, qué le pasa? ─La palabra exactamente sobra doctor; con exactitud no se lo que siento, es como si un mar de confusas sensaciones me estuviera bañando de arriba abajo y ya no tuviera claro nada. ─Supongo que lo mejor será empezar por el principio… Me dijo.─ ─Sí, le contesté.─ Y entonces empecé a hablar con una confianza que no había manifestado a nadie en toda mi vida. Allí sola, sentada en un diván y mirando al techo afloraron todas esas dudas que me estaban atormentando. ─ Me veo algo más mayor y no me gusta; aunque es ilógico pensar que la imagen haya podido cambiar del lunes al domingo que es cuando cumplí años, por eso pienso que son tonterías o mi imaginación porque no me sentía así a principios de semana. Fue sentir que me habían caído cuarenta años encima y descubrir canas, arrugas y flacidez con una facilidad asombrosa. Luego está lo de mis hijos; han crecido y ya no me necesitan tanto, ya no soy la mamá de Alfredito y Laurita, ahora soy la madre de Alfredo y Laura, y ya no puedo elegir su ropa, sus juguetes, o a los amigos a quien invitan a sus cumpleaños. No tengo que ir a buscarles al colegio, van solos y ya no hablo con las madres de otros niños en el patio del colegio porque directamente no voy. Mi marido me quiere mucho pero le encanta el deporte, él tiene una energía que parezco haber perdido yo y ya no le puedo seguir, busco excusas para librarme del padel o del gimnasio porque luego me duele todo, y a cambio me pongo a leer o me voy a la peluquería a solucionar lo de las canas. Creo que me he convertido en la viva imagen de mi madre, y es demasiado pronto para ello ¿No cree? ─¿Qué más? ─¿Le parece poco?─ Le dije asombrada. Imagínese lo que le he contado multiplicado por todas las horas y días que tiene una semana, y así desde hace dos meses. Pero ahora viene lo mejor; que no entiendo ni comparto lo que pienso, que todavía me veo joven, es decir igual que aquel lunes previo al cumpleaños, que sé que mis hijos me necesitan y que en realidad el deporte siempre me ha importado un bledo, no lo cambio por tener un buen libro entre las manos. Cada vez tengo más tiempo para mí, sé más de la vida y de las cosas que me rodean. Puedo aconsejar mejor a mis hijos en sus problemas y conozco mucho mejor a mi marido que lo hacía antes; ahora somos un verdadero matrimonio. No me importan tanto como digo las arrugas y las canas; siempre las he tenido porque me ha gustado mucho reír, y el pelo me lo he teñido de mil colores diferentes desde que en los ochenta explotó el boom de la estética. Veo más a mis amigas, sobre todo a Judith y tengo conversaciones muy interesantes con ella que antes no teníamos. Me tengo que cuidar un poco más pero creo que lo hago en coherencia con mis años y para dar una imagen de respeto en mi trabajo y frente a la familia, los hijos necesitan buenos ejemplos. ─Pues usted se lo ha dicho todo. Nunca nadie había venido con las ideas más claras a mi consulta. Echar de menos el tiempo pasado es algo muy común en todas las etapas de la vida; de adolescentes nos acordamos con ternura de nuestros primero juguetes y de aquellos días en que creíamos que Los Reyes Magos nos los habían traído por nuestras buenas obras. En la juventud nos reíamos de las tonterías que hacíamos de adolescentes; la rebeldía con los padres, el primer amor, y de jóvenes nos metemos en una vorágine de estudios, trabajo, planes familiares que nos envuelve hasta que alcanzamos nuestras metas. Eso suele ocurrir alrededor de los cuarenta y entonces miramos atrás recordando tanto esfuerzo y viendo sus frutos. Ahora como usted dice es más experta, sabe disfrutar más y mejor de la vida y tiene algo que antes le faltaba: tiempo. Las canas y las arrugas no son peores que las espinillas o la primera menstruación; y el cansancio del que me habla no es más que una reacción de su cuerpo a tantos esfuerzos acumulados. No tengo la medicina secreta que pueda alargar la vida, retrasar la vejez o parar el tiempo, pero le digo que tiene una suerte enorme de haber llegado hasta aquí, tan llena de vitalidad y de dudas, eso es que le queda todavía mucho en qué pensar y mucho por hacer. Me levanté del diván nueva por completo, salí de la consulta con un toque de dinamismo y vivacidad que ya no recordaba, y envié a Judith un SMS que decía: todo OK, después miré mi reflejo en uno de los escaparates que lucían ropa de mujer y me dije: ¡Con cualquiera estarías bien! Luego llegué a casa, un poco cansada ya porque me había venido andando, y abrí uno de esos maravillosos libros que tanto me gustaban y lo empecé a leer. Al rato llegaron mi marido y mis hijos del instituto, comí con ellos y me fui a trabajar. Por cierto soy periodista y escribo artículos en el suplemento dominical de un periódico nacional, y se me ocurrió una magnífica idea: escribir mi experiencia. Junto a la foto de una bellísima mujer de aproximadamente mi edad un titular impactaba al público por sus letras en mayúscula y tonos rojos; “CUMPLIR LOS CUARENTA ES VOLVER A LOS VEINTE OTRA VEZ:”
0 Comentarios
Dragono, enamorado hasta la última escama de su cuerpo, intentaba una y mil veces enamorar a Dragona, pero siempre con muy poco éxito.
Su manía de quererle impresionar haciendo figuras por medio de mediocres llamaradas, dejaban a Dragona impasible e indiferente. En este afán sin tregua, ideó mil formas de hacer sus fogonazos más potentes y llamativos. Llamaradas de dragones de leyenda, de cuentos centenarios escondidos en los rincones más ocultos, donde los niños no alcanzan a leer, donde sus secretos se ocultan para no asustar a nadie. Y así los misterios engrandecen el mito, en definitiva hacen grande al dragón. Pero Dragono no era nada de lo que sugerían esos libros, sin embargo su fantasía vagaba entre ellos y los trataba de imitar para engatusar a Dragona. Probó primero con remedios caseros, y se bebió un vaso de jugo de tomate con muchísima pimienta negra. Y luego lanzó la llamarada. Un fuego algo más que picantón brotó de sus jóvenes fauces, pero cuando Dragona giró el cuello, el débil corazón escaldado que Dragono había pintado en el cielo, se acababa de desdibujar en el horizonte, dejando un intenso olor a especias chamuscadas. Después robó un spray a unos grafiteros y lo masticó, considerando que el fuego que expulsaría vendría acompañado de un toque más artístico y capaz de conquistar, un corazón sensible y delicado como el de Dragona. Pero no fue así, el bote explotó en su boca, causándole una polvareda que cegó la vista de Dragona, quien a su vez confundió tal desaguisado con un tremendo foco de contaminación. Desesperado y nervioso de tantos intentos fallidos, se dio al tabaco, aunque por su juventud se decidió por una marca Light, esperando suavizar sus vapores y mentolar el ambiente. Pero no contó con las leyes antitabaco del país de los dragones, y una multa infumable le cayó sobre los lomos y sobre su desnutrida cuenta de ahorros. Ni intentos pudo esta vez hacer, y sus cigarrillos en un lío le metieron. No desesperó, y siguió probando, porque si algo tenía el amor de Dragono, es que era pesado y constante, al igual que fogoso y verdadero. Y compró caramelos de mil sabores, chuches picantes y explosivas, experimentos que prometían la luna… Pero ni luna ni estrellas, ni chiribitas en el firmamento. Nada de nada. Hasta que un día, cansado de probar; una guindilla roja por casualidad a la comida arrojó, y chispas de mil colores de su boca salieron, y un fuego rojo formó, un híper corazón que iluminó toda la ciudad. Parecía una noche en las Vegas, destellos por aquí y por allá, luces de neón parecían. Un corazón fogoso había formado ante los ojos de su amada. Eructó por la nariz y su aroma a tantas mezclas, atrajo a más de mil dragonas obnubiladas por el olor a almizcle. Pero su corazón ya tenía dueña… Al final todas gritaban desesperadas: ¡Este dragón es mío! El ejército, alarmado por el estrépito organizado, protegió a Dragono y a Dragona, que pudieron escapar de la multitud, y que sufrió algunos daños con tanto desconcierto. 80 sufrieron desmayos, 50 fueron hospitalizados y el resto acabaron en urgencias con órganos internos consumidos por el calor. ¡Qué caos!, gritaban en el hospital de los dragones. ¡Cuántas heridas por amor fogoso se han producido! Y es que nunca el amor había hecho tantos estragos en tan pocos minutos. Dragono parecía ajeno al desconcierto, y seguía propagando fogonazos gigantescos que atraían al hospital a más víctimas atolondradas por su amor. No es seguro que sus llamaradas, pasasen a la historia como las que producían sus antecesores, los dragones milenarios, pero nunca se había conocido en el país de los dragones, tal alboroto por un joven lanzallamas descontrolado como Dragono. Por fin Dragona quedó perpleja y aturdida ante tal despliegue y potencial, y sus favores no dudó en ofrecer a su joven Dragono, que continuaba flambeando la ciudad. Y así terminó conquistando su corazón. Quizás el secreto de Dragono, fue probar con muchas cosas a ver cual funcionaba, y esperar hasta que saltase…, la chispa. Cando Malena terminou de falar, pensei que o mellor sería non dicirlle nada a ninguén, quedei en silencio tratando de dixerir a súa historia e divisando un turbio futuro á nosa recente relación, a súa falta de confianza e responsabilidade puideron acabar coa miña vida, e aínda que eu perdoásello, Malena nunca volvería ser a mesma. Sen a súa arrogancia profesional, a súa personalidade minguábase o suficiente como para autodesvalorizarse no terreo persoal ata un límite indeterminado. Nada sería igual despois daquilo, eu sabíao e ela tamén.
─Malena, ─díxenlle ─Aproxímache á xanela. Que ves? ─Un ceo cheo de estrelas. ─Contestoume.─ ─Estás segura de que todo o que hai aí arriba son estrelas?... Pode ser … ─Engadín─ Pero eu non estiven alí, apenas distingo a súa forma ou o seu tamaño, seguro que me enganan as distancias e a miña falta de coñecemento sobre elas. O único que sei, é o que outros me dixeron; se son ou non corpos cargados de enerxía depende do seguros que outros estean das súas teorías. A confianza no home non é un asunto sinxelo de dirimir; o medo, a soidade ou as dúbidas poden dar a volta a decisións conformadas e meditadas, e dun instante a outro podemos ver como se desintegra a estrela que fai un instante, máis brillou. Unha súper nova chámano os expertos... Que se eu!... ─Perdoa Manuel, no ceo hai tantas estrelas, que nunca poderei contalas todas. Se algún día consígoo… Chamareiche. Levantouse da súa cadeira e eu deixeina escapar; foise como unha estrela fugaz, e con ela nosa posible e prometedora relación pero nunca a esquecín. Aprendeu ao meu lado una das leccións máis duras da vida: … Non hai nada certo … Espertei dous días despois no hospital, fora vítima dun atentado; o que eu tanto temía que ocorrese en Bilbao sucedeu a moitos quilómetros de distancia; disparáranme ao pescozo pero por fortuna os meus brazos puideron protexerme do primeiro impacto facendo que a bala se desviase a unha zona non vital. Malena estivo todo o tempo ao meu lado no hospital aínda que na súa cara víase a sombra dunha enigmática culpabilidade que aínda non entendía. Despois de varios días esgrimindo argumentos sen contido e frases baleiras que eludían o tema, por fin falou de Gabriela e da súa propia responsabilidade no meu atentado.
─Fun unha inxenua, Manuel; confiei nela e depositei a miña seguridade nos seus argumentos, parecía firme na decisión que tomara e eu non era quen para xulgar, a miña única intención foi a de evitar unha violencia innecesaria que se podería propagar en moitas direccións. Pensei que se a axudaba tamén che axudaría a ti, e polo tanto prexudicaríalles a eles. ─De que estás a falar? De terrorismo, verdade? ─Díxenlle coa confianza que as súas ambiguas palabras dábanme coa súa confesión.─ Baixou a cabeza e co seu silencio confirmou a miña sospeita. Sen mirarme á cara continuou o seu arrepiante relato que ao meu xuízo debería confiar á policía. ─Gabriela quería fuxir da organización pero tiña medo das consecuencias, eles non se andaban con chiquitas; o seu último traballo foi investigar a un policía de Bilbao que viría destinado a Soria por un tempo, tiña que entregar por escrito á banda as súas rutinas, as súas direccións habituais e os seus itinerarios diarios. O policía do que me falaba eras ti. Despois de varios encontros con ela e de ofrecerlle a miña axuda se desistía do seu labor, prometeume que non lles entregaría ningún tipo de información e que fuxiría sen deixar rastro do seu posible paradoiro. Eu crina e axudeille a escapar sen outro prezo que finxir unha desaparición ante a súa familia e os seus amigos, ninguén debería sospeitar o que se escondía baixo a súa inxenua aparencia, se seica unha historia tan pequena como escura e tan persoal que a ninguén importaría. Agora sei que non se atreveu a escapar sen máis, debeu de entregarlles a documentación que lle solicitaban e despois marchouse como tamén tiña pensado facer. Que estúpida fun! Non debín confiar na súa palabra. Síntoo Manuel, síntoo por inxenua e arrogante, por crer en que o meu traballo de apoio e consello daría os froitos que eu soa esperaba... Non teño palabras que me poidan xustificar máis… Durante as seguintes semanas continuei as miñas investigacións traballando noutras direccións máis abertas e afables ás miñas preguntas; a familia de Gabriela estaba composta unicamente polos seus pais, xubilados de avanzada idade, cuxas vidas ligadas ao campo desmarcábanse de grandes conflitos ou segredos tortuosos como os que me debuxaba Malena a través do seu contacto coa filla. A sinxeleza desas xentes non deixaba entrever que un dos seus membros puidese ter un problema no fogar que provocase a súa desaparición. Non era amigo de rápidas conxecturas e sabía que a miúdo o que é branco tórnase gris nun amén, por iso non quixen confiar nas miñas primeiras impresións nin dar por feito nada en absoluto. A nai de Gabriela apuntou ao final da miña visita, un feito ao que apenas dera importancia pero que non se explicaba. A súa filla estivera recibindo chamadas telefónicas a calquera hora do día e da noite que tan só ela atendía, e ante as que se mostraba molesta e inquieta impedindo aos seus pais que collesen o teléfono mentres ela atopábase na casa.
─Apenas saía ultimamente, ─ Apuntou a señora Garay. ─Pero iso non nos estrañou, sempre foi moi reservada coa xente e sobre todo cos homes, dicía que para ela estaban de máis, que había cousas moito máis importantes que facer que perder o tempo con eles. Era unha moza moi lista pero un pouco especial, xa me entende, desas que saben moito da vida, de política e de todo. "Moi lida" para nós. ─ A enigmática Gabriela volvíase moito máis complexa do que me parecía nun principio, non só gardaba un segredo, senón que a súa vida era todo un misterio. Saín daquela casa arroupado ata os dentes e con mil novas preguntas que facer, pensei volver outro día despois de indagar de onde proviñan aquelas misteriosas chamadas que recibía. Unha hora máis tarde atopei a Malena na rúa morta de frío como case todos os que ousabamos permanecer alí a esas horas, e recibiume cun precioso sorriso, coma se esquecese o motivo polo que nos coñecemos. Me tuteó nada máis verme e o muro de xeo que nos separaba derrubouse rapidamente. ─Sr. Don Manuel Laxarte. Faríasme o gran favor de levarme a tomar un café para non acabar conxelándome mentres che miro? ─Preguntou con alegría e un sorriso pícara nos seus beizos ─. ─ Estamos a tardar, ─ díxenlle. ─ Mellor convídoche a cear. ─ Collina do brazo e parei un taxi ao que non souben darlle ningunha dirección, pedinlle que nos levase ao mellor restaurante da cidade. Unha vez dentro, apertei as mans de Malena entre as miñas coa intención de quentarllas e por suposto de sentir o suave tacto da súa pel; estar ao seu lado converteuse no único desexo verdadeiro que a cada momento ocupaba a miña mente, xurase que a ela tamén eu importáballe algo pero non me atrevín a descubrir ese segredo por temor a sufrir unha tremenda decepción. Ceamos nun precioso lugar a beiras do río con enormes terrazas cubertas de neve e adorno do Nadal en cada unha das mesas que facían presaxiar a proximidade das festas. O camareiro colocounos nunha esquina do salón, á beira dunha cheminea de pedra que quentaba tanto coma se as silvas que ardían no seu interior estivesen prendidas coa mesma furia do frío que facía fóra. Os cortinajes das xanelas e os manteis das mesas eran tan tupidos que o simple rozamento das nosas roupas producían neles un ruído compasado ao das ramas incandescentes do empedrado fogar; todo era sumamente acolledor e singular. Un sitio para lembrar eternamente; seguro que o lugar ideal para intercambiar confesións e iniciar unha frutífera relación. Despois de dúas horas alí, tiven razón ao pensar así, quizais chegara o momento de darme unha segunda oportunidade. Saímos do restaurante colleitos da man e intercambiando un sen fin de confidencias que parecían non ter fin; de súpeto Malena volveu a súa cabeza cara á mesa onde cearamos atisbando algo que non atopaba entre as súas pertenzas, esquecera as súas luvas sobre a mesa e apertou o paso cunha pequena carreira para recollelos. ─ Ve saíndo Manuel, agora alcánzoche. Esquecín as luvas. ─ Interpelou con vehemencia.─ Saín ao portón de fóra e metín as mans nos petos para protexerme de novo do intenso frío pero nese instante sorprendeume a imaxe difusa dunha sombra que se achegaba rapidamente pola miña esquerda. Era un home novo, moreno e cunha chaqueta de coiro; puiden verlle a cara e algo que levaba na man. O meu instinto aprendido de anos, fíxome sacar as mans do peto e protexerme a cabeza coma se esperase que me fose a atacar. Aquel home levaba unha pistola nas mans e disparoume á cara, o único que recordo é escoitar de lonxe a voz de Malena gritando: ─¡Manuel!─ Quedei con ela ao día seguinte para entrevistala e obter a información que me faltaba sobre a desaparecida e misteriosa Gabriela, Malena apareceu ante min cunha actitude defensiva, coma se eu quixese esnaquizar a súa gran obra olisqueando problemas, e tratando de zafarse inutilmente das miñas pescudas. A mesa que nos separaba no seu despacho, tamén limitaba a miña capacidade de manobra e influencia psicolóxica sobre ela. Sabía demasiado e resultaba imposible de manipular, con todo era unha moza moi activa e comprometida, e aquel encanto e a miña persoal admiración por ela, dábanme a esperanza de alcanzar o que por aquel entón parecía unha quimera; escudada no seu dereito para gardar o segredo profesional, revelaba o seu temor para infrinxir máis dun delito co seu silencio.
─Non son a súa inimigo señorita Velasco; necesito a súa colaboración para podela atopar, o seu segredo só pode servir para sepultala definitivamente. Pola expresión da súa cara, puiden percibir certo nerviosismo, o seu carácter seguro cambaleouse coas miñas palabras, aínda que supuxen que a súa aparente fortaleza impediríalle ir en contra dos seus principios. ─Gabriela Garay non era unha moza normal ─Apuntou con aparente calma. ─O seu pasado ocultaba un horror do que non podía escapar e que tan só eu coñecía. Asegúrolle que a súa desaparición e a súa historia nada teñen que ver entre si, a miña voz ou o meu silencio non poden resolver a súa ausencia, asegúrollo. Malena Velasco mostrouse segura das súas palabras e levantou un muro invisible entre os dous que non podía entender. O meu traballo era pescudar a historia de Gabriela contando coa súa compracencia e sen que me ocultase a información que dabondo coñecía. Convideille a cear como dous coñecidos que foxen da soidade do lugar no que viven e que esperan moi pouco o un do outro. Malena relaxouse e deixou de verme como ao policía inimigo ao que había que ocultar custe o que custe a proba dun delito; eu en cambio empecei a ver nela unha rectitud de valores que xa case non se recoñecía en ningunha persoa, un inquebranto moral que me facía perder a posibilidade de abrandar o seu estrito sentido do deber e do traballo en busca da axuda que necesitaba. Iniciei entón unha conversación frugal case rozando o ámbito persoal; ela era moi lista, apenas tiven que contarlle a miña historia para que adiviñase de onde viña. ─Esta é unha cidade pequena, ─Díxome. ─Aquí todo se sabe, e o que non, intúese. Anda vostede vestido do mesmo ton gris que ten o ceo no norte, e leva un innecesario paraugas na man, supoño que tamén por costume. A súa cara revela moitas cousas, non o pasou ben, verdade? Son duros algúns destinos, seino. ─Si o son; pero afíxenme. ─Contesteille coa seriedade que me caracterizaba desde sempre─. ─E vostede... Dígame está aquí por gusto ou porque o seu traballo requíreo así? ─Estou aquí porque non teño máis remedio. Cre que me gusta este frío seco ou esta soidade? Castela é máis dura do que algúns pensan, eu non nacín en Soria, son do norte, dunha aldeíña pequena de Asturias onde crecín e fun feliz ata que me destinaron ao lugar onde hoxe atopoume, pero non me queixo, gústame o traballo que fago e paréceme moi necesario nos tempos que corren, a condición de que non veñan "policías forasteiros" a botalo todo por terra… ─Riu con certa sorna e desenvoltura, deixando entrever que sabía poñer un toque de humor ás situacións que consideraba hostís.─ ─Non é a miña intención, crear. ─Contestei con certo pesar. ─Realmente eu non son así. Estou disposto a axudarlle no seu traballo e a atopar ou xustificar a ausencia da señorita Garay se iso fose necesario.─ De súpeto pareceu relaxarse coa miña confesión e volveu ao tema de Gabriela sen haberllo pedido. ─ Gabriela desapareceu porque tiña que desaparecer, iso é todo. Eu aconselleillo. ─ Está ben, créolle, gozar da cea e deixemos o tema por esta noite. Malena asentiu satisfeita coa miña postura e seguiu relatando por menores da súa modesta e comprometida vida en Soria mentres adiviñaba aspectos da miña vida que mesmo eu descoñecía. Malena dicía que un home non pode nin debe contar a historia dunha muller, porque a alma feminina énos tan allea como a súa propia filosofía; ao parecer posúe unha ideoloxía hermética e misteriosa á que o noso xénero nunca poderá acceder, pero equivocábase, eu si a cheguei a descifrar, só facía falta un pouco de paciencia e moita valentía, a mesma que aprendín ao estar ao seu lado.
Cheguei a Soria un nove de decembro; facía un frío terrible e o vento resoplaba con furia implacable arrastrando follas, po e areniscas, alceime o pescozo do abrigo e crucei a miña bufanda a ambos os dous lados da miña cara xa que apenas se podía respirar. Viña do norte, de Bilbao, e o temporal non me colleu por sorpresa; traía roupa de abrigo e estaba moi ben preparado para a choiva, quince anos alí facíanme afacerme a vivir co meu paraugas colgado do brazo, e o temor pendendo do corazón. Chegaba á cidade fuxindo da miña mesmo, da angustia que cada día sentía ao amencer cando soaba o espertador ou cando saía á rúa buscando a imaxe dun asasino en calquera dirección; revisaba cada día os baixos do meu coche en busca dunha bomba como quen de forma case inconsciente acende unha luz ou conecta un botón. Afixérame ao medo e formaba parte da miña vida tanto ou máis como o facía a miña muller ou a miña familia. Ela non o puido soportar, abandonoume dous anos atrás e encerrouse nunha clínica onde lle diagnosticaron un principio de psicose á que non atopaban solución; asustábanlle os ruídos intensos, a calma excesiva, o son do teléfono e a música que anunciaba as noticias diarias. Todas estas cousas producíanlle un temor desproporcionado que non podía dominar máis que coas súas respostas fantásticas ás que seguían períodos de crises nerviosas e ataques de pánico. Eu deixeina naquel lugar seguro, afastada da miña vida, da súa e sobre todo de Bilbao. Afixérame a vivir só para o meu traballo, o que doutra banda enchía todo o meu tempo, o meu lecer e as miñas expectativas para cada día poñerme en pé. Ese nove de decembro, empeñado en dar un envorco á miña vida, camiñei pola estación do tren cun optimismo inusual en min, presupoñendo que as distancias que puxera ao meu favor, poderían protexerme das ameazas e o medo ao que estaba máis que afeito. Cando cheguei a comisaría esperábame a sorpresa de sentirme case como un heroe; tantos anos sobrevivindo no País Vasco conferíranme fama e prestixio entre os meus compañeiros, o cal me produciu certa satisfacción, era como verse recompensado e recoñecido por quen non tiveran que pasar por ese suplicio. Non quixen darme máis importancia da debida e enseguida púxenme a traballar. Os expedientes se apilaban sobre a miña mesa coma se estivésenme esperando durante moito tempo, ninguén parecía botalos unha ollada ou tentado resolver, todo estaba por facer. Desaparecera unha moza da zona e levaba en paradoiro descoñecido algo máis dun mes; nunca esquecerei o seu nome, a súa cara e o seu sorriso despreocupada na fotografía que se repartiu para facilitar a súa procura. Gabriela Garay era un rostro máis, perdido na néboa e posiblemente na historia Soriana do futuro. Contactei con familiares, amigos, compañeiros de traballo e veciños, e todos me dixeron o mesmo; vivía dun modo normal, dedicada ao seu traballo, solteira, nova e sen fillos, gozaba da vida cos seus amigos, era en aparencia feliz. Non había máis. Entón coñecín a Malena... Era unha traballadora social que colaboraba como outros moitos profesionais en liquidar os pequenos e grandes problemas das xentes sorianas, Gabriela era unha delas. Oculta baixo unha identidade que ninguén coñecía, paseábase cada dúas por tres polo despacho de Malena pedindo axuda, os traballadores do centro tíñana por unha muller maltratada ou unha vítima de acoso, o seu aspecto non alimentaba diferentes posibilidades ás xa mencionadas, con todo a súa realidade era outra e Malena sabíao moi ben. Tras un mes de soledad rodeados de silencio y oraciones, un helicóptero aterrizó en el poblado. Venían preparados contra la plaga. Lo cierto es que sólo estábamos Erik y yo, sanos y salvos y sin un solo síntoma. Nos escucharon, se fueron relajando y se interesaron por la tumba de Mumba. Leyeron mis informes médicos, las descripciones de los síntomas de los contagiados, el proceso de incubación y sus muertes. Montaron un hospital de campaña, se enfundaron en trajes protectores y desenterraron el cuerpo del paciente 0 una vez más, nos pusimos protección nosotros también, aquella tumba era la muerte misma.
Mumba seguía intacto, su cuerpo supuraba líquido lechoso y su piel brillaba como un diamante. Tras los análisis del cuerpo nos pusimos todos en cuarentena, ninguno se contagió y el cuerpo de Mumba se quemó como el de los demás fallecidos. Volvimos a América en un helicóptero, pero antes de partir escribí a toda prisa las conclusiones de los análisis: NITRATO DE SODIO en cantidades monumentales ingerido por equivocación y seguro, por un profundo desconocimiento del pobre Mumba. Un gran conservador de la carne que a elevadas dosis puede ser mortal, provocando piel violácea, fiebre, encharcamiento de los pulmones y hemorragias internas. El cuerpo de Mumba eliminaba poco a poco ese compuesto y los que le habían tocado; haciendo la señal en su piel y besándose los dedos, lavado y aseado, habían ingerido la sustancia unida a un estado de descomposición bacteriológico del cuerpo de apariencia incorrupta a nivel de la piel. Un contagio provocado por una imprudencia de un hombre y el fanatismo de la incultura. (El papel del diario parecía arrugado por las lágrimas del Dr. Higgins que no supo averiguar a tiempo el problema de su poblado. Los conservantes que en su día llevó el ejército para preservar los alimentos sirvieron para destruir a todo un poblado por la imprudencia de un hombre que no sabía leer ni escribir. El resto del diario estaba medio destrozado, mojado, embarrado, olvidado y abandonado sobre la arena de una tierra que un día fue fértil y ahora estaba poblada de las cenizas de los que fueron sus habitantes. Aún conservo ese diario que encontré a la espera de mi entrevista en Atlanta con el Dr. Higgins. Soy un periodista del Washintong Post, y este puede ser un gran reportaje.) La tumba de nuestro amigo, el maestro de las semillas y padre de dos de los cuatro supervivientes, se colocó en lo alto de una colina y se rodeó de madera y flores. Pasados ya cinco meses, aquel lugar empezó a desprender un olor extraño; fuerte, ácido, intenso… Siniestro. Los hijos de Mumba quisieron desenterrarlo, una costumbre poco higiénica y terriblemente espantosa que se respetaban en su religión, siempre y cuando una fosa mortuaria desprendiese algún tipo de aroma especial. Se suponía que los dioses de la Tierra o del Inframundo le habían dado un lugar privilegiado y convertido en lo que el mundo occidental reconoce como santos.
Me negué a aquella locura, temí el espectáculo que se podría mostrar y consideré un peligro innecesario tal práctica. No me hicieron caso, sus creencias estaban muy arraigadas. Extrajeron el cuerpo cavando y después abrieron una caja de madera que contenía el cadáver. Ante mis ojos apareció el cuerpo incorrupto de Mumba bañado en una especie de sudor blanquecino que desprendía un fuerte olor desagradable. Las gentes del lugar gritaron algo parecido a ¡Milagro! Y se abalanzaron sobre el cuerpo humédo y al parecer caliente. Me quedé estupefacto, jamás había visto algo así. Mi colega, un estudiante de medicina y sacerdote también me alertó del peligro. _ ¡No le toquéis! – Gritó. Pero ya era tarde, todos se abalanzaron contra él y le besaron la frente, los pies, las manos… Yo me llevé las manos a la cabeza, me temí lo peor… A los cuatro días, la enfermedad volvió a hacer su aparición, pero en esta ocasión fue peor, todos estaban contagiados, todos menos el nuevo sacerdote y yo. A los seis días estábamos rodeados de cadáveres violáceos, con hemorragias oculares y nasales. Los volvimos a quemar, y el cuerpo de Mumba se enterró de nuevo con las mayores precauciones posibles. No lo tocamos, sellamos su caja y nos desinfectamos las manos. A los cuatro días seguíamos vivos y esperando que alguien nos enviara ayuda. (El doctor Higgins sabía que en el cuerpo de Mumba estaba la clave de la enfermedad y quizás también la cura. Hay de nuevo páginas en blanco, otras llenas de oraciones y otras en las que se describen compuestros químicos, fórmulas y deducciones científicas.) Lo que tanto temí durante los primeros días nunca llegó a producirse, no nos aniquilaron con una bomba incendiaria, simplemente nos olvidaron esperando que nuestro aislamiento acabase con el problema.
Tras un mes sobrevivimos cuatro personas de todo un poblado; los hijos de la primera víctima, el hechicero y yo. Solo enterramos al paciente 0, al resto los quemamos para evitar que el virus se propagase a aldeas cercanas. Lo cierto es que ya nadie nos venía a ver, todos pensaban en un virus de la familia del ébola, pero se equivocaron, nos equivocamos todos. En un principio temí a ese viejo enemigo africano, y me encomendé a Dios rogándole una muerte rápida cuando el minúsculo asesino lograra atacarme, pero nunca lo hizo porque no fue un virus lo que terminó con el poblado. Eso lo supe después de que por fin alguien se dignara a mandarme un ayudante, una vez acabada la crisis. Los cuatro supervivientes nos convertimos en los nuevos repobladores de aquella pequeña tierra y a los pocos meses, con cabañas nuevas, espacios fértiles para el cultivo y pozos limpios, llegaron mujeres, niños y otros hombres de las aldeas cercanas. El miedo había desaparecido del recuerdo de aquellas pobres gentes, que aceptaban su vida y su muerte con una tranquilidad asombrosa. (El Dr. Higgins escribió nuevas páginas en su diario, mucho más esperanzadoras, supongo que convencido de que la enfermedad había pasado. Parecía dispuesto a continuar con su labor de médico y sacerdote. De nuevo unas cuantas páginas en blanco precedían el escalofriante descubrimiento al que se enfrentó cuando la crisis parecía superada.) |
RELATOS POR ENTREGAS DEL CÍRCULO DE ARES
Blog dedicado a la publicación de relatos por entregas de los distintos miembros y colaboradores del Círculo de Ares. ArchivosCategorías |