Anoche soñé que volvía a las salas del Prado para recordar obras de pintores famosos. ¡Que felicidad! Además, me di cuenta de la inutilidad del sufrimiento durante tantos días aislada de familia y amigos. En mi sueño noté que faltaban dos grabados de Goya, estaban en Japón, trasportados, como el protagonista de Seda, que busca gusanos en el país oriental.
Ese mismo día escuché a Beethoven en el televisor, los timbales de los que hablaba José Hierro en su cuaderno de Nueva York. A ratos bajaba la vista a los Cuentos desde el Botánico, solo me quedaba uno para terminar, después seguiría con la lectura de algunas historias de San Petesburgo. Comprobaría si los personajes de Gogol vivían un invierno frio como el funcionario del Capote. Durante la cuarentena, dediqué tiempo a la escritura, tan pronto elegía a Lolita como joven coqueta, prisionera de sus deseos y anhelante de pisar la calle, ó seleccionaba a un personaje de filosofía práctica, parecido, al menos en su rostro a los caracterizados por Galdós en la novela Miau. Un día me atreví a narrar ficción, basándome en la Leyenda del santo bebedor. La diferencia, es que situé la historia en Viena, ciudad donde mis amigos también viven aislados con similar paciencia a la de los españoles. Silvia Bosch Alumna del taller literario "Los Diez Negritos"
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septiembre 2020
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